“El decrecimiento propone un cambio de modelo en la economía, olvidar el usar y tirar, el gasto energético desmedido, el crédito incontrolado; una mayor austeridad”.
Uno de sus impulsores, el economista francés Serge Latouche, considera que “tras decenios de despilfarro, hemos entrado en la zona de tempestades, en el sentido literal y figurado. Una sociedad basada en la acumulación ilimitada y la depredación sistemática de los recursos naturales, es insostenible. Ese sistema está condenado al crecimiento. Y cuando el crecimiento disminuye o se estanca, hay crisis, incluso pánico. Esa necesidad hace del crecimiento un círculo vicioso”. Razón no le falta.
Pero él no es el único que apuesta por salir de esa espiral. Cada vez más se oyen voces críticas al modelo de desarrollo que venimos sufriendo, voces que apuestan por poner límites al crecimiento, apostando por el largo plazo en vez del corto. Un cambio que evite los fallos en un sistema de enriquecimiento que va en paralelo al empobrecimiento de millones de seres humanos. Un sistema de enriquecimiento que hace que para hacer funcionar la maquinaria económica, debamos obsesionarnos con el consumo, el gasto, el reemplazar una y otra vez un producto que se queda obsoleto, según las normas marcadas precisamente por ese mercado de consumo.
“Tenemos una definición de riqueza muy restringida a lo material, y lo mismo pasa con la libertad, que va en función del tipo de coche que puedes comprarte y hasta dónde puedes viajar.” De nuevo Latouche se cuestiona por qué el bienestar de un país se mide básicamente en índices económicos, y pone como ejemplo a otros países que cuentan con un FIB (felicidad interior bruta) en Bhután, o el de Desarrollo Humano de la ONU… Sistemas que miden la calidad de vida con otros parámetros.
Finalmente, Leonardo Boff, ese versátil filósofo incansable, menciona también: “La reducción del crecimiento es una reacción sabia de la propia Tierra que nos envía este recado: Olviden la idea desaforada del crecimiento, pues éste es como un cáncer que va a corroer todas las fuentes de vida. Busquen el desarrollo humano de los bienes intangibles, que sí pueden crecer sin límites, como el amor, el cuidado, la solidaridad, la compasión, la amistad, al creación artística, la espiritual… “
“No creo equivocarme – dice para terminar – pensando que hay oídos atentos a este mensaje y que haremos la travesía anhelada”.
Tomemos nota pues.
