Pero, seré sincera, para saber quién soy no me vale sólo un fin de semana y recorrerme la geografía de una región a la que siempre es grato volver. Para saber quién soy tengo que recorrerme también las geografías humanas de algunas y algunos que han sido importantes en mi vida. Porque al igual que la tierra, es la gente que te rodea la que te da forma; no porque seamos hasta tal punto maleables que no tengamos libre albedrío, sino porque estamos influenciados por las circunstancias, que además del lugar y el momento, las crean las personas.
Así que, como digo, me he embarcado en un fin de semana de nostalgias. A medida que iba llegando, los nombres de los pueblos por los que pasaba creaban lejanas cacofonías en mi mente… San Vicente de la Barquera , Unquera…, Potes… Cangas de Onís, Covadonga, LLanes… Y recordaba a mi amama, la madre de mi padre, cuando yo era niña hablar de cosas de mayores y mencionar esos pueblos: “Manolín marchó a Cangas a vender el quesu y no volverá hasta la noche” “No, la moza era de Posada y vino aquí a Llanes a trabajar de sirvienta. ¡Tres pesetas le pagaban entonces al día!” “Vendió Rosalía la casa y los caballos. Con los hijos todos en Gijón, ya `pa qué iba a quedarse aquí sola”
El paisaje de Asturias es montañoso, es marino, es de olores y colores, verde, azul intenso turquesa, blanco frío… como ellos mismos dicen, es un auténtico paraíso, y hoy sin ir más lejos, he podido comprobarlo mientras disfrutaba casi en solitario, de una pequeña y perdida cala en el pueblo de Cue. Pero Asturias es también pueblo, pueblo reflejado en sus tranquilas gentes y su gastronomía, así como en sus casas, tradicionales edificios de dos plantas con un largo balcón corrido arriba, acompañados en ocasiones de un pequeño hórreo donde antaño más que ahora, guardaban la siembra recogida, a salvo de las alimañas del campo. Y Asturias es así mismo, ese lado elegante aunque ya decadente de sus mansiones; a modo de dama engalanada encontramos aquí y allí hermosas fincas de indianos que parecen querer contarnos historias de otros tiempos mejores. Espléndidas la mayoría de ellas, ya casi todas muestran una triste y abandonada estampa, lejano reflejo de unos tiempos en los que, quienes marcharon a hacer fortuna a Méjico, Venezuela, Cuba, etc volvieron siendo importantes hombres de negocios e hicieron construir en sus pueblos de origen, bellas mansiones con aires del otro lado del Atlántico, que sí o sí, tienen en sus jardines esbeltas palmeras que nos recuerdan tierras más cálidas y suaves. Ahora, con el auge del turismo, gracias al cual Asturias recobra cierta bonanza económica, algunas de esas preciosas villas se han recuperado y lucen luminosas, floridas y deslumbrantes, como probablemente lo fueron a finales del s XIX y principios del XX. Es en una de ellas donde he pasado este fin de semana que se me ha antojado un poco como una vuelta a mi niñez, a otro tiempo en el que viví momentos de felicidad y descubrimientos.
Y mientras recordaba nombres, rostros, caminos y sensaciones arrinconadas en algún punto infinito y muchas veces inalcanzable, he ido sacando algunas imágenes de lugares que igual que fueron, siguen siendo. Aunque tanto ellos como yo, hayamos cambiado un poco.






