miércoles, 28 de octubre de 2009
Una tradición
Me gustan las tradiciones, especialmente las que tienen que ver con la cultura y la historia de un pueblo. Muchos de nosotros ya conocemos Gernika, hemos paseado por sus calles, o hemos oido hablar de ella. Otros no la conocen aún aunque sin duda han visto alguna vez el famoso cuadro de Picasso.
El pasado lunes, 27 de octubre, fue un día especial allí pues se celebraba, como todos los años, el Último Lunes de Gernika, día en el que cada año se dan cita cientos de puestos de venta de verduras, frutas, queso y otros productos típicos del Euskadi. Gracias al buen tiempo que tenemos esta semana, la afluencia fue masiva y las ventas muy buenas a pesar de la crisis... Los que teníamos que trabajar nos tuvimos que conformar con ver las imágenes por tv o leer los periódicos.
Este es un pequeño resumen de toda esta historia:
ANTES, HACE 70 AÑOS.
Era un lunes, día de mercado. Había mucha gente en las callejuelas de la villa de Gernika, que tenía 7.000 habitantes. A las cuatro y media de la tarde las campanas de la iglesia empezaron a repicar, y cinco minutos después apareció el primer avión, que soltó seis bombas explosivas de 450 kilos, seguidas de una lluvia de granadas. Minutos después apareció otro avión. El infierno duró cuatro horas. Cuarenta y dos aviones en total bombardearon y ametrallaron la villa y sus alrededores, donde se habían refugiado sus vecinos. Toda la ciudad ardió. El incendio tardó en apagarse. Balance: el 70% de los edificios quemados y un número indeterminado de muertos, entre 800 y 1.600. Setenta años después los historiadores aún no se ponen de acuerdo sobre el número de víctimas de aquel lunes negro que convirtió Gernika en una ciudad mártir y una ciudad símbolo, grabada para siempre en nuestra memoria colectiva. Los aviones pertenecían a la Legión Cóndor alemana y a la Aviación Legionaria italiana. El nombre clave era Operación Rügen.
Dos hombres contribuyeron de manera decisiva a convertir Gernika en símbolo: George Steer y Pablo Picasso. El primero era un joven periodista de 27 años nacido en África del Sur, corresponsal de guerra del diario londinense The Times y firme partidario de la causa republicana y vasca. España no era su primer teatro de guerra. En 1935 había sido enviado especial en Etiopía, entonces llamada Abisinia, sometida a una feroz agresión italiana ordenada por Mussolini —el dictador con manías de grandeza—, que así, a golpe de crímenes de guerra, hacía realidad sus sueños imperiales. En Etiopía ya se había bombardeado a la población civil inerme. En Etiopía el Occidente democrático ya había traicionado a un pueblo agredido por el fascismo.
George Steer llegó a Gernika horas después del bombardeo y esa misma noche cablegrafió su reportaje de la ciudad mártir, que se publicó a la mañana siguiente en The Times y The New York Times y fue reproducido por la prensa de muchos países. Este artículo fue el que alertó al mundo y dio lugar a manifestaciones de protesta en las calles de Londres y Nueva York, que obligaron a una contraofensiva propagandística de los franquistas y sus aliados, la Alemania nazi y la Italia fascista. En estos países la prensa y la radio despotricaron contra las «hordas bolcheviques» que, según ellos, habían incendiado Gernika antes de evacuarla. Sus mentiras fueron rápidamente refutadas. El relato que la Historia retuvo es el de George Steer, que tiene una calle dedicada en Gernika, donde, en abril de 2006, se inauguró un busto suyo.
El otro, con 56 años, es un pintor famoso, establecido en Francia. Apoya la causa republicana frente a la rebelión franquista. Descrito por los Renseignements généraux (la policía política francesa) como «un anarquista sospechoso desde el punto de vista nacional» y «un pintor supuestamente moderno» —por tal motivo le negaron la naturalización francesa en abril de 1940— se pone de inmediato a la tarea. El resultado es una pintura monumental de ocho metros de largo por tres y medio de alto, en blanco y negro, que se expone en el pabellón español de la Exposición Universal. Como dijo Picasso: «La pintura no está hecha para decorar las casas. Es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo».
AHORA, AÑO 2009:
El espléndido reloj del Ayuntamiento marcaba las primeras horas del día, y Florencio Aspiazu, ubicado en un rincón en el exterior de la plaza del mercado, ya llenaba bolsas con alubias de la Virgen - "Karlos Argiñano compra ésta" - asegura sin reparo. Blanca de las Amescoas, alubia de Lodosa, ajo rojo y ristras de cientos de pimientos choriceros, anchoas del Cantábrico y quesos del Ronkal. Florecio es el último descendiente de una saga de comerciantes que comenzó en Eibar, allá por el año 1910.
Pastel vasco de Meabe, y la bota desenfundada por el puesto Izoria como reclamo para los sedientos paseantes. Todo tuvo cabida en una tarde que anunciaba el vuelo de la pelota en el Frontón Jai Alai y el arrastre de bueyes en el probadero.
El Último Lunes de Gernika, excusa siempre esgrimida para recuperar una tradición de la que antes o después, todos disfrutamos. Y como reza el titular de un reportaje sobre el tema: " Un puñado de emociones, libra y media de nostalgia y cuarto y mitad de alegría".
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